Una historia verdadera

En ese mismo momento, la magia vivida hasta entonces por aquel niño que acudía por primera vez a un partido de fútbol se vio alterada irremediablemente. En realidad era una parada más en su trayecto vital hacia el idiota integral en el que le estaban convirtiendo, por culpa de unos padres más tontos que Abundio, que por lo visto era un menda muy tonto.

Rondaba el minuto 46 de la primera parte de aquel sábado noche cuando el árbitro decretaba con un pitido el final de la misma. Comenzaba la verdadera batalla para muchos, la desolación para otros tantos. Mientras unos comenzaban la lucha con la sábana de papel de aluminio de turno y se rasgaban las comisuras obligando a entrar en sus bocas cientos de flautas pantagruélicas, los otros caían en la desesperación por haber olvidado o no haber tenido tiempo para preparar dicho manjar. Incluso algunos, humillados por la maestría bocatil del vecino de localidad, no se resignaban y pasaban por el castigo de verse atracados, a cambio de un bocata congelado en el bar del estadio, tras un desplante de vergüenza torera en honor a su estómago.

Como dijo Lory Money. Me gusta Serranito.

Pero sorprendentemente, existía un reducto estadístico de subnormales que superaba el momento presumiendo de una sosez vital asombrosa. Era el caso de la familia de nuestro mencionado infante. Una fila más abajo del lugar donde se sentaban nuestros protagonistas, un hombre sacaba su bota de vino y el correspondiente bocata. Cabrales. El pestazo era magnífico.

La madre, en defensa de la corrección y de la educación, abroncó al hombre por atufar al personal en general y por el vinate delante de los niños en concreto, y lo peor de todo, instó a la vecindad futbolera a tomar ejemplo de su propia cena. Esa madre, que SÍ se había acordado de la cena, que SÍ se había tomado (malgastado) el tiempo en prepararla, nevera portátil incluida, presumía de un menú compuesto por diferentes viandas perfectamente envasadas de fábrica. Profiláctico total. Industrial.

Quedaba una víctima: nuestro inocente protagonista. Aquel día, medio intrigado por la extraña mezcla que el viejo había considerado como alimento, tomaba nota de que aquella cena era basura políticamente incorrecta y engañado, ingería una especie de potingue de frutas de supermercado como postre.

Y el sinsabor y la gilipollez continuó trufando su entorno para el resto de sus días por culpa de, entre otras cosas, no haber comido más bocatas de chorizo de niño y menos refrescos y bollos para merendar.





2 comentarios:

  1. Fan, fan, fan del pan y de los bocatas. Y de su blog, señor.
    Pero yo que soy una novata y una inexperta en probar cosas nuevas me quedo con el clásico de Nocilla en pan de torta de aceite (se me cae la baba sólo de pensarlo). El de chorizo es un Top 5 que no se lo salta un gitano y a la cabeza de jabalí ésta habrá que echarle un tiento algún día.
    Pena me da el pobre niño del potingue de frutas pero ya habrá tiempo de corromperlo que el español otra cosa no, pero lo de comer bien, lo llevamos en la sangre.
    A la espera estoy de otra entrada para descubrir sitios en Madrid que merezcan la pena que la "ruta del calamar" ya me la he hecho en repetidas ocasiones.
    Saludos cabrales, digo, cordiales, cordiales!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Muchas gracias y me alegro de que sea fan! Desafortunadamente no puedo actualizar con la asiduidad que me gustaría, pero en todo caso tomo buena nota de la sugerencia.

      Un saludo.

      Eliminar

Sed críticos.Gracias.